SÓFOCLES Y LA PUNIBILIDAD
Resumen
Para
hacer justicia hay que saber la verdad. Existen al menos dos justicias, una
humana, otra divina. Eventualmente la segunda precave los errores de la primera
y enmienda lo obrado por la desmesura de los mortales, imponiendo su dominio,
mandato y castigo. Este ensayo reflexiona respecto del tema de la verdad
como aletheia, esto es, como desocultación y rememoración, en
la obra Edipo rey de Sófocles. En este drama la justicia
la impondrá Apolo y devendrá violenta, a causa de lamentables “hechos de
sangre” ocultados y olvidados. Desde el oráculo de Delfos, salpicando y
chorreando sangre de los ojos del rey de Tebas, la verdad divina emergerá
exigiendo venganza, sin compasión alguna para sus protagonistas. La
verdad como aletheia no es solo poder, justicia y castigo por
medio del logos y aquí lo relevante, también es grito, sangre y muerte, es
tragedia.
Palabras
claves: Aletheia, Verdad, Hechos de sangre,
Tragedia, Violencia, Desmesura.
Abstract
To
do justice we must know the truth. There are at least two types of justice:
human and divine. Eventually the second one prevents errors of the first and
amends uncontrollable human actions, imposing its power, order and punishment.
This essay reflects on the theme of truth as aletheia, that is, as
disclosure and remembrance in Sophocles' King Oedipus. In this drama, Apollo’s
justice prevails and turns violent, because of unfortunate “bloodshed” hidden
and forgotten incidents. From the Delphi Oracle, the divine truth will emerge
spilling blood from Thebas King’s eyes, demanding vengeance, without mercy for
its players. The truth as aletheia is not only power, justice
and punishment through the logos –this being what is relevant– but cry,
blood and death, and tragedy.
Key
words: Aletheia, Truth, Deeds of blood, Tragedy, Violence,
Excess.
Haciendo
tales imprecaciones una y otra vez que no una
sola, se iba golpeando los ojos con los broches. Las pupilas ensangrentadas teñían las mejillas y no destilaban gotas chorreantes de sangre, sino que todo se mojaba con una negra lluvia y granizada de sangre.
Sófocles
/ Edipo rey
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MALASANGRE, LINAGE, INCESTO Y VERDAD
La
sangre no es evidente, cuando se hace evidente deviene en desgracia para del
que brota: se desangra. La sangre es tragedia. La sangre es violencia también,
es alarido, herida, cicatriz. La sangre es muerte. La sangre es tejido vivo
formado por líquidos y sólidos. La parte líquida, llamada plasma, contiene
agua, sales y proteínas. La sangre es verdad latente. La sangre es respeto y
lealtad. La sangre es también genealogía y linaje. Si la genealogía refiere a
escrutar la ascendencia, descendencia y socialización de un individuo, el
linaje apunta solo al aspecto patrilineal (varonía) de la genealogía. Los
linajes como organizaciones que precaven la exogamia es asunto de larga data.
Esencialmente la exogamia refiere a sistemas de parentesco que prohíben el matrimonio
entre individuos de un mismo grupo.
La
situación inversa se denomina(endon: dentro, ygamos: casamiento),
y señala la unión y procreación entre sujetos de un mismo grupo. El incesto es
la malasangre del cruce indebido, la transgresión de toda cultura y norma. Es
la relación sexual entre miembros cercanos, entre miembros de una familia, de
un mismo clan o linaje. Referido a la cultura griega esto significa que: “El
incesto señala el límite que separa al hombre de quien está sobre él –los
dioses– y a la vez lo distingue de quienes están por debajo –los animales– que
no conocen las leyes de la familia y no participan en absoluto de la
civilización” (Bettini y Guidorzzini, 169).
Desde
el enfoque estructural deLevi-Strauss,comparecen paralelamente lenguaje y
linaje (parentesco), enfatizando en la interdicción del incesto como requisito
estructural del devenir de la barbarie a la cultura “La prohibición del incesto
no tiene origen puramente cultural, ni puramente natural, ni tampoco es un
compuesto de elementos tomados en parte de la naturaleza y en parte de la
cultura. Constituye el movimiento fundamental gracias al cual, por el cual y,
sobre todo, en el cual se cumple el pasaje de la naturaleza a la cultura”
(Levi-Strauss, Estructuras elementales, 58-59), permitiendo
paradójicamente mediante el interdicto incestuoso la socialización de lo humano
por medio del control y la norma.
Lo
terrible del incesto en Edipo rey de Sófocles radica no solo
en el despliegue de la hybris de su
protagonista, sino en la confusión y el caos que provoca social y familiarmente
en los nombres y linajes: Edipo se convierte en rey a la vez que esposo de su
propia madre, los hijos serán a la vez nietos y hermanos. En Edipo rey deviene
el caos en las estructuras que regulan las normas de la convivencia que socava
los fundamentos del orden social, que no es otro que un régimen de alianzas
sociales, económicas y matrimoniales. Para restituir el orden hay que hacer
justicia, y para hacer justicia hay que saber la verdad. Existen al menos dos
justicias, una la de los hombres, la otra la de los dioses. La segunda precave
los errores de la primera y enmienda lo obrado por la desmesura de los
mortales, imponiendo su dominio, mandato y castigo.
La
justicia en Edipo la impondrá Apolo y se dará de forma violenta –tanto en la
palabra como en las acciones–, producto de lamentables “hechos de sangre”
ocultados y olvidados. Pende una cruel maldición sobre Tebas: “una odiosa
epidemia que enriquece al Hades con suspiros y lamentos”, a causa de un hecho
de sangre, un asesinato que tiene postrada la ciudad a causa de esta
“sangrienta sacudida” (Sófocles, 200). La justicia es venganza, así lo pide el
Febo Apolo y lo señala Creonte: “Él murió (Layo) y ahora nos prescribe (el
oráculo) claramente que tomemos venganza de los culpables con violencia” (203).
Habrá que precisar desde un comienzo que la desmesura (hybris) deviene
violenta en toda la historia de los abdácidas.
La
historia de Edipo es violenta, tanto física como moral, donde el poder, la
ambición, la intriga, la coacción y la fuerza desmedida de los protagonistas
amenazan el orden divino. Como señala Aguilar Sahagún, la violencia puede
concebirse como una “realidad” en sí misma. El sustantivo nominal puede
transformarse imperceptiblemente en sustantivo real, sin embargo la violencia
se refiere por lo general a hechos, acciones, personas, pero además y he aquí
lo interesante en Edipo, a discursos, la violencia es un “calificativo”
(Aguilar, 2012). La violencia en Edipo queda plasmada en cinco episodios
fundamentales de su historia cinco hechos de sangre, literales y simbólicos–,
que definirán el destino de los protagonistas.
El
primero refiere a una herida, a una cicatriz que lleva Edipo desde pequeño; el
segundo al parricidio de Layo por parte de Edipo; el tercero a una peste que
asola a Tebas mientras Edipo es rey; el cuarto al incesto de Edipo con Yocasta;
y el quinto a la muerte de Yocasta y al enceguecimiento sangriento (vaciamiento
de las órbitas oculares) de Edipo. Estos “hechos de sangre” tienen directa
relación a no acatar el designio oracular y su verdad, y a su vez dibujan el
camino que tomará la venganza desde el Olimpo hasta el cuerpo de los
protagonistas por medio de la palabra.
Sófocles
(496-406 a.C.), uno de los tres grandes trágicos griegos, junto a Esquilo y a
Eurípides, construye su Edipo rey, considerada una de las más
perfectas obras del teatro griego, en torno al descubrimiento del verdadero
origen del protagonista. Revisar el tema de la aletheia como
un asunto trágico en el Edipo rey es pertinente y
relevante por varias razones. Por una parte, es en la tragedia (poesía trágica)
donde con mayor claridad se expresan las tribulaciones existenciales del hombre
presocrático, respecto del tema de la verdad (Nietzsche, 61).
Además,
este texto en particular de Sófocles es rico en contenidos de verdad y
verdades, tanto prácticas como teóricas. Verdades paradójicas que cubren y
desnudan a sus protagonistas según sea la ocasión, verdades fragmentadas,
incompletas, en construcción y en permanente tensión. Verdades que
instauran, norman y someten, que emergen violentas por medio de la palabra en
dirección a los cuerpos de los protagonistas, a modo de maldición, de mandato,
acusación o imprecación. Podemos distinguir en la obra de Sófocles lo que
Foucault define como alethourgia, esto es: “el conjunto de los
procedimientos posibles, verbales o no, mediante los cuales se saca a la luz lo
que se plantea como verdadero, en oposición a lo falso, a lo oculto, a lo
indecible, a lo imprevisible, al olvido” (Foucault, El coraje, 19),
en donde diferentes operaciones de lo verdadero (alethes),operaciones
transitivas de la palabra, que distinguiremos como acciones propias de la
verdad (aletheia), procuran recordar lo verdadero y develar la
falsedad de lo aparente.
El
filósofo austriaco Ludwig Schajowicz establece cuatro significaciones
para el mythos. La más destacable de las categorizaciones
dice relación a mythos y aletheia. Si mythos –señala–
lo significamos como “palabra que dice la verdad” no ha de extrañarnos que esta
verdad concebida como aletheia no pueda ser nunca expresada,
sino meramente vislumbrada. Mythos es revelación de una verdad
concebida como desocultación y ocultación simultáneamente de una imagen divina.
Imagen que describe en cuanto a revelación de lo divino, por ser la vista el
órgano elegido para testificar la verdad mítica. De igual manera, el mythos es
como aletheia, en cuanto a luz fugaz relampagueante, que
revela y oculta a la vez.
El mythos ilumina
la penumbra, posibilitando así la aprensión de la realidad en toda su
extensión, tanto divina como intramundana. De igual forma, mythos y aletheia concurren
en similares condiciones a lo que refiere a verdad concentrada y fecundidad:
“el mythos griego es la palabra que describe la verdad, no la
palabra que ha de considerarse como la verdad, como la ley. La primera dice yo
soy, la segunda tú debes” (Schajowicz, 311-313).
El
tema identitario será paradigmático en el mito de Edipo rey,
adquiriendo en el transcurso de la obra preponderancia la verdad como Alethes
bios, esto es, como una vida no disimulada, como una vida que no
oculta y no olvida parte alguna en las sombras; una vida verdadera. Es en esta
acción de desocultamiento donde emergerá la “sangrienta” tragedia de la verdad
en Edipo rey, convertida en discurso. El discurso en Edipo
rey es violento. La batalla en el discurso tiene por objeto desocultar
del silencio la voz sobre el pasado, rememorar la sangre derramada, y restituir
el imperio de la verdad. Tres diferentes discursos acudirán para
este objetivo:
a. El de la aletheia como
“desocultamiento” de un vínculo sanguíneo mediante un discurso testimonial.
b. El de la aletheia como
“rememoración” de un historia criminal, por medio de un discurso profético
oracular.
c. Y por último, como
suma de los dos anteriores, el de la aletheia como katharsis, como
“patentización física” del desocultamiento y de la rememoración por el grito,
la lamentación, la imprecación como reacción a la sangre, la mácula y la
muerte, rasgos constitutivos del discurso trágico.
LA VERDAD COMO ALETHEIA EN EDIPO
REY
En la Grecia clásica se pensó que la verdad
era idéntica a la realidad, y esta última era considerada, a su vez, como
identidad consistente en lo que permanece por debajo de las apariencias que
cambian. Tal es el origen o elemento fundamental: el arche, entendido
este de diversas formas: como materia, comonúmeros, comoátomos, ideas,etcétera,
que permanecen por debajo de lo sensible de la experiencia concreta, por lo que
solo puede ser conocido por el pensamiento como función o facultad del alma, es
decir, entendimiento.
Es así como el ser que se encuentra “oculto”
por el velo de la apariencia fue concebido como verdadero y a lo develado se le
denominó aletheia. Etimológicamente aletheia se
remonta a la cultura griega y remite a dos fuentes gramaticales. La primera
dice relación a dos elementos: el prefijo negativo a: sin, y
una raíz o radical leth, procedente del verbo lanthano:
ocultar, por lo que unidos forman el concepto “sin ocultar: desocultado”. En
latín da lateo es estar oculto, de donde viene la palabra
española “latente”, opuesta a lo “evidente”.
Es
por eso que la verdad en cuanto a lo verdadero (alethes), más que
atributo es una operación, una acción. La acción de develar, de desocultar,
correr el velo para que aparezca lo que está oculto. Hacer patente lo latente.
Para un griego la expresión: “La verdad desnuda” es una redundancia, pues la
verdad siempre está desnuda mediante la acción de la alethes. Es
así que la verdad en su accionar “verdadea”, como señala Aristóteles, opera
sobre lo oculto: desnuda. La aletheia por lo tanto es lo
desnudado, lo desvestido, lo develado, lo desocultado.
La
tragedia es desgracia, conflicto, sufrimiento, pena, terror, dolor. La palabra
tragedia deriva del griego tragoi-oda, y este de tragoi,
que significa “macho cabrío” y de oda, que significa “canto”. En un
principio la tragedia tuvo un profundo sentido religioso, pues la obra
trágica nació como representación del sacrificio de Dionisos,
dios del vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis, y que formaba parte
de un culto público. Detrás del rito, la obra trágica se desarrolla en procura
del restablecimiento doloroso del orden y del “desocultamiento” dramático de
una verdad trascendente representada por el destino del protagonista. Las
historias de la tragedia refieren a los mitos.
La
historia de Edipo es un mito. El mito existía desde antiguo como tradición
oral, heredado de generación en generación, hasta pasar a la tragedia. Lo que
está en juego en la tragedia es la relación del hombre con su destino,
determinado por los dioses (religión). La tragedia griega supone el punto de
inflexión en el conflicto por el poder y dominio de la religión sobre los
mortales. Acerca de su destino, ante el cual nada es posible y solo queda la
resignación, he aquí en plenitud no solo el héroe dramático griego, sino el
relato mítico por excelencia.
La segunda acepción de aletheia refiere
a la mitología griega, y específicamente al reino de Hades, también
llamado Erebo, la tenebrosa morada a la que iban todos los que
morían. Cinco ríos cruzaban el Hades con diferentes
significados y propiedades. El Aqueronte, río de la pena o la
congoja; el Cocito, río de las lamentaciones; el Flegetonte,
río del fuego; el Lethe, río del olvido; y el Estigia,
el río del odio. El río Estigia formaba la frontera entre los
mundos superior e inferior.
Más
allá del Erebo, había un lago en donde desembocaban las aguas
del Lethe o Lete, y frente a este había otro lago, el que
representaba a Mnemosyne, paradójicamente identificada por
Hesiodo como: “olvido de males y remedio de preocupaciones” (Hesiodo, 12),
personificación de la memoria. Según señalan algunas inscripciones funerarias
griegas del siglo IV a. C., las almas bebían del Lethe para
olvidar sus vidas anteriores cuando volvían a la vida (reencarnaban). No así
los iniciados, que eran animados a recordar bebiendo las aguas de Mnemosyne.
Es así como algunos estudiosos hacen derivar la voz aletheia de a,
prefijo privativo, y leth de Lethe (Leteo),
“río del olvido”, por tanto aletheia sería aquello opuesto al
secreto, al completo olvido o a la falta de memoria o conocimiento.
Literalmente sería: sin olvido. De tal modo que la verdad es lo no olvidado,
lo recordado, lo rememorado.
La verdad como aletheia en Edipo
rey se brindará jerárquicamente desde un primer momento, en forma
binaria y complementaria, y a partir del discurso profético oracular. Desde la
misma procedencia del mito, la verdad se tejerá entre lo “desocultado” y lo
“rememorado” por una parte, y entre lo “latente” y lo “evidente”, por otra.
Michel Foucault habla del juego de las mitades que constituyen el Edipo
rey: “Este mecanismo de la verdad obedece inicialmente a una ley, una
especie de pura forma que podríamos llamar ley de las mitades.
El descubrimiento de la verdad se lleva a cabo
en Edipo por mitades que se ajustan y se acoplan” (Foucault, La
verdad,). Dos serían las voces por tanto, según Foucault, encargadas de
restituir la verdad en Edipo rey a nivel social o sistémico.
La primera será la encargada de pedir venganza y castigo por la muerte de Layo
y la de precaver el olvido ante la ignominia del crimen ocurrido, y esta será
la del dios Apolo. La segunda será la encargada de señalar al responsable y su
castigo, y esta será la del adivino ciego Tiresias. Estas dos voces concluirán
el juego de las mitades, al completar la paridad maldición-asesinato y
quien fue muerto-quien mató. Según Michel Foucault, tres órdenes de
discurso se desplegarán desde lo sagrado, dando forma a una palabra profética,
predictiva y prescriptiva, como mensaje, anuncio y mandato
del Dios para los hombres .
ALETHEIA
Y PARRHESIA. EL DESPLIEGUE DE LA VERDAD EN LA TRAGEDIA DE EDIPO REY
La
obra comienza justamente con Edipo, rey de Tebas, que se dirige a su pueblo, y
que se ha reunido para pedir alivio a sus padecimientos productos de una brutal
epidemia que aflige a la ciudad. Para indagar acerca del origen de esta
maldición, Edipo encomienda a su cuñado Creonte la tarea de consultar una vez
más al oráculo de Delfos, en busca de respuesta a la peste que asola a la
ciudad (Sófocles, 200-203). Tal decisión convocará la primera peripecia,
colocando a Edipo en una incómoda posición que lo hará transitar de la dicha al
infortunio, invirtiendo, sin percatarse, los espacios de lo público donde
estaba el conflicto, a lo privado, donde yace la historia de los Labdácidas.
La información entregada por el oráculo focalizará la solución del problema en
su origen, haciendo transitar el mal de lo ocurrido desde el cuerpo social al
cuerpo de Edipo.
El
lamentable primer gran olvido de Edipo será el de “sí mismo” al consultar al
oráculo, justamente, no preguntarse primero por aquello oculto dentro de
él: gnothi seauton: “conócete a ti mismo” (Foucault, Tecnologías,).
La respuesta del oráculo es contundente y lapidaria a la consulta por la
calamidad que asola a Tebas. La peste se debe a que no se ha vengado
convenientemente la muerte de Layo, el rey anterior: su sangre derramada
amenaza con destruir a la ciudad, hasta que no se encuentre y castigue a
los asesinos. Lo que mancilla es el crimen y la amenaza de lo irremediable del
olvido.
El
castigo de los dioses se da en el cuerpo social, apelando a la relación de este
con su monarca. Lo que está en cuestión acá es la idoneidad del mandato de
Edipo, es ahí donde el oráculo apunta.Habrá que precisar que no solo el triunfo
sobre la esfinge es lo que le da el trono de Tebas a Edipo, sino que
previamente a eso, la muerte violenta de Layo, su rey, por su propia mano.
Vencer a la esfinge lo manifiesta (desnuda) como rey, capaz de ejercer el
mandato de Tebas y esposar a la viuda Yocasta (López, 2006). Vencer los enigmas
de la esfinge a su vez es hipostasiar el crimen cometido, poner un manto de
olvido sobre los sucesos criminales que antecedieron su encuentro con la
esfinge.
Edipo
buscará malamente la verdad, es decir, mirará donde no tiene que hacerlo en
busca del mal que asola a Tebas, y con ello ignorará el primer imperativo del
oráculo de Delfos, que señala que si no hallas dentro de ti mismo aquello que
buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Este descuido le costará muy caro.
El
drama de Edipo es de carácter profano y refiere al no precaver los dictámenes
de proporcionalidad de lo sagrado. Paradójicamente, el encargado de hacérselo
ver será el adivino ciego Tiresias. Edipo es soberbio ante lo sagrado,
acicateado por su triunfo sobre la esfinge, y se lo hará sentir al adivino
Tiresias. Edipo no solo se olvidará de él mismo, sino de quien manda sobre lo
humano (Foucault, La verdad,). La palabra profética, predictiva, y
prescriptiva entrarán nuevamente a escena con la llamada del adivino ciego
Tiresias por parte de Edipo, alineando así la peripecia, la agnición y el lance
patético. Cuando llega Tiresias se produce un diálogo que degenera al poco
andar en un enfrentamiento violento sobre la verdad de lo que ocurre en Tebas.
Ambos se increpan; las palabras del adivino
son oblicuas, dicen de otra forma, pero dicen que Edipo está directamente
implicado en el asesinato de Layo, razón de la peste que asola Tebas. Al
respecto, Foucault dibuja una figura relevante respecto de la verdad: la del
parresiasta, el “que dice la verdad”.Parrhesiazesthai, es
decir la verdad, pero no decirla de cualquier forma. Más que el contenido de
verdad, la parrhesia es una forma determinada de decir la
verdad. Puede emerger como estrategias de la demostración, persuasión,
enseñanza o de discusión (Foucault, El gobierno, ). Un decir veraz
que reúne todas estas estrategias en diferente grado y en tono imperativo es
aquel decir profético, cuya principal característica está dada por el grado de
mediación que su decir asume.
El
profeta no habla en su propio nombre, esto es, que habla por otra voz, su boca
sirve de instrumento para una voz que habla desde otro lugar. El profeta
transmite una palabra que es, en general, la palabra de Dios y este es el caso
de Tiresias. El profeta es el que devela lo que el tiempo oculta a los hombres
en su pasado y su futuro y que ningún humano podría escuchar o ver sin él
(Foucault, El coraje,).
En
Tiresias la verdad devendrá de palabra oblicua a directa acusación. Tiresias en
un comienzo evitará contestar las preguntas de Edipo y pedirá que se le respete
su silencio. Ante la insistencia y molestia responderá y no culpará
directamente a Edipo; dirá: “Prometiste que desterrarías a aquel que hubiese
matado; ordeno que cumplas tu voto y te destierres a ti mismo”. En estas
palabras hay resolución y mandato, pero sobre todo coacción, violencia
implícita que recorrerá la tragedia de Edipo desde un comienzo y que cada vez
será más explícita. Para Edipo estas palabras son un insulto. Tiresias no teme
encolerizar a Edipo y sus acusaciones se harán cada vez más elocuentes: “Tú
eres el azote impuro de esta tierra”; más adelante y sin ambages le espetará:
“Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando”,
y le precisará fatalmente: “Afirmo que tú has estado conviviendo muy
vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te
das cuenta en qué punto de desgracia estás”. Tanta es la fuerza de la acusación,
que Edipo encolerizado amenaza quitarle el “decir” a Tiresias: “¿Crees tú, en
verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto?”, a lo que el adivino
contesta, echando mano a la procedencia de su verbo: “Sí, si es que existe
alguna fuerza en la verdad” (Sófocles, 213).
Será
justamente en este último diálogo donde se pone en evidencia el poder y la
fuerza ejercida desde el oráculo, por medio de la palabra, para la consecución
de la verdad. La violencia será la necesaria, la adecuada para encontrar al culpable
y vengar el asesinato de Layo, independientemente de la magistratura del
criminal: la fuerza de la verdad es la dispuesta por los dioses y no hay otra;
dolorosamente Edipo tomará dolorosa conciencia de aquello y lo atestiguará en
“carne propia” al final de la obra.
La aletheia como
desocultación se dará preferentemente en el “discurso testimonial”. La
acusación a Creonte por conspiración serán solo “palos de ciego” por parte de
Edipo, en su afán de tratar de dilucidar lo que está ocurriendo en Tebas.
Nuevamente el “mal mirar” se hará presente. No hay que olvidar que uno de los
reproches más brutales que le hará Edipo a Tiresias será el de su ceguera.
Desde este episodio, Sófocles hará de la emergencia de la verdad una apología
al “saber mirar”, al mirar preciso, a la orthotes.
Toda
la operación de ajuste de la verdad después de la aparición de Tiresias
en escena es una “operación ciega”, de algo que no está a la vista, esto es,
una operación de “desocultamiento y rememoración”, de reordenar, realinear la
información oracular con la del adivino y esta con lo ocurrido en el pasado. La
aparición de Tiresias es la voz de Mmnemosyne que viene a
saldar cuentas con la realidad, precaviendo todo olvido, toda práctica de
encubrimiento, toda errática mirada. Sin embargo, para que emerja toda la
verdad, todavía es necesaria otra voz en escena, la del testigo. El discurso
testimonial irá en dirección de verificar, adecuar el discurso oracular con los
hechos.
Tres
testigos comparecerán en escena, para dar cuenta de tres episodios fundamentales
denunciados por el oráculo. El primer asunto a aclarar es quién mató a Layo,
por tanto el primer testigo a consultar era aquel esclavo de Layo, único
sobreviviente en la reyerta ocurrida en el cruce de los tres caminos. Este
testigo, si bien es mandado a llamar, no comparecerá, quedando por tanto como
testimonio lo declarado por este a Yocasta: “…unos bandoleros extranjeros le
mataron en una encrucijada de tres caminos” (Sófocles, ). Será esta encrucijada
de tres caminos en la región Focide, que une Daulia, Delfos y Tebas, la
que llenará de desasosiego a Edipo. De la memoria de Edipo emergerá el recuerdo
de lo ocurrido y revelará a Yocasta y Creonte detalles del episodio
criminal por él protagonizado en el mismo cruce de tres caminos. Es mucha la
coincidencia y queda pendiente la verificación por parte del esclavo
sobreviviente de cuántos fueron los que dieron muerte a Layo, si muchos o pocos
).
Preocupada
por el creciente desasosiego de Edipo ante la maldición que señalaba que Layo
sería muerto por su hijo, Yocasta declarará contra el oráculo de Apolo,
atestiguando, por primera vez, que el hijo de Layo ya estaba muerto,
declaración que será ratificada, en la última parte de la obra, por el pastor
del monte Citeron, implicando directamente a Yocasta y determinando su fatal
destino.
El
segundo testigo será el mensajero de Corinto, que anuncia la muerte de Polibio.
Ante la angustia de Edipo de que se concrete al menos parte del oráculo y que
despose a su madre Mérope, el mensajero “develará” a su vez que Edipo no es
hijo de Polibio, por tanto tampoco Mérope es su madre. El mensajero de Corinto
verificará esta información a partir de su propia participación en los hechos,
esto es: testificará que el mismo recibió a Edipo, siendo apenas un niño, de
manos de un pastor del monte Citeron. La evidencia testimonial,
mediante el acto de recordar, hace emerger del pasado la agnición que
precipitará a Edipo a la fatalidad de su destino. El reconocimiento de las
marcas en los tobillos de Edipo5 empalma
con la razón de su nombre y su maldición. Esta agnición será clave, en la
verificación por parte de Edipo de la profecía oracular, careada con el
testimonio directo de los protagonistas.
La
profecía va en vías de cumplirse en cuanto se verifica un primer aspecto,
que hubiese eximido a Edipo, cual es, la de haber sido hijo de Polibio y
Mérope, reyes de Corinto. Edipo literalmente queda descubierto ante el
testimonio del mensajero de Corinto. Una segunda etapa ligada al pasado, al
vínculo sanguíneo, se abre y se cierra. El resguardo de Corinto se clausura como
posible coartada ante la profecía y Edipo se acerca más a su fatal destino.
Falta por verificar, aún, lo que dice relación al vínculo con su verdadera
familia.
Por
último y en tercer lugar, emergerá en el presente un nuevo testimonio del
pasado, esta vez en voz del pastor del monte Citeron. Antes de su aparición,
Yocasta insistirá una vez más a Edipo que renuncie a su empresa, que desista en
su inútil recordar (Sófocles,). Ante la negativa de Edipo, Yocasta se
retira contrariada, sin antes advertirle a Edipo lo desdichado, desventurado de
su tenaz desocultar. La verdad desnuda vestirá a su vez de oprobio a los
Labdácidas. Una nueva agnición acudirá a escena en el reconocimiento que
ocurrirá entre el mensajero de Corinto y el pastor del monte Citeron, uniendo
dramáticamente el pasado de Edipo y la cruel determinación de Yocasta.
El pastor del monte Citeron testificará y
verificará, ante coacción, que Edipo es hijo de Layo y
de Yocasta y que esta última es la que lo habría entregado para ser asesinado: “¡Horror!
¡ay! ¡ay! ¡Ay! He aquí la verdad desnuda. ¡Horror! ¡Toda la verdad! ¡Oh luz!
Por última vez te vean mis ojos. Para ver claro lo ocurrido. Nací de quienes no
debiera, me casé con quien no debiera y he matado a quien no debía” .
Se
ha esclarecido el misterio. Ha ocurrido lo que el oráculo predijo, se ha
deshecho el nudo dando pie para el desenlace aristotélico: el lance patético6.
La aletheia como rememoración y desocultación ha llegado a su
fin. Queda una última verificación del discurso oracular: la catarsis. La
imposición de la verdad divina, la patentización de esta aletheia como
castigo sobre el cuerpo de los culpables. El discurso del logos deviene
grito, carne, deviene en sangre, deviene trágico.
Más
acá del discurso oracular están los hechos de los hombres. Hechos que
determinan y condicionan procederes. Marcas y huellas se constituyen en signos
de una historia que emerge y se patentizan a modo de evidencia en los cuerpos
de sus protagonistas. Lo que mancilla de acuerdo al oráculo y está signado por
la palabra, tiene su objeto, su modelo, su razón de ser, en un hecho que se
oculta. Edipo es una historia violenta, de violencias verbales y físicas que se
encadenan unas a otras desde el pasado al presente, desde lo latente a lo
evidente, desde el Olimpo a Tebas, desde la palabra al cuerpo.
Hay
cicatrices doblemente dolorosas en los pies de Edipo y no sabemos por qué. Hay
un cadáver, Layo, y no se ha descubierto al culpable. Hay una epidemia que
asola la ciudad y no se encuentra la causa ni la solución. Los hechos reclaman
una explicación. No bastará el discurso testimonial que refrende el discurso
oracular. La verdad habrá de devenir fatal y atroz por medio del dolor,
patentizándose en el cuerpo de sus protagonistas. Edipo reconocerá su vínculo
sanguíneo con Yocasta y la intención criminal de esta al entregar y disponer el
aniquilamiento del recién nacido (Sófocles). Yocasta no soportará la
constatación de esta verdad.
La
patentización física de la aletheia que irrumpe dramáticamente
en la realidad, comienza con un nuevo cadáver en escena, Yocasta, esta vez
pendiendo por el cuello por retorcidos lazos . A partir del suicidio de la
madre y esposa de Edipo, corresponde la posterior “sangrienta
herida” sobre los ojos de Edipo. Señala un mensajero respecto de la decisión
tomada por el rey de Tebas, que: “…ha preferido cegarse porque no
puede permitirse ver, después de sus crímenes, a sus padres en el infierno, a
los hijos que ha engendrado, ni al pueblo de Tebas…”.
En
la catarsis final Sófocles desplaza la herida; lo que en el pasado le hirió de
forma indeleble los tobillos, en el presente será la herida fatal en la mirada
de Edipo, vaticinada por Tiresias . La mácula en el rey de Tebas es la
huella de la ignominia en el cuerpo del culpable, que no desaparece y que
avergüenza y que lo seguirá rumbo a Colono. Es la marca del dios en los
Labdácidas. Esta patentización es la proclamación final del dominio del Olimpo
sobre los hombres y es la formalización de la verdad oracular en la herida
sobre la carne.
En Edipo
rey la verdad irrumpe violenta9 desde
un comienzo y, desde su origen, el que la distingue y la determina: el oráculo,
pasando posteriormente por la ley de los hombres, hasta “encarnarse” en la
sangre que brota del rostro de Edipo. El cadáver de Yocasta pendiendo por el
cuello; la sangre saltando mientras Edipo se vacía las orbitas oculares con
alfileres son la materialización de la profética, prescriptiva y predictiva
palabra oracular, sobre la verdad trágica de los protagonistas. Nietzsche,
refiriéndose al destino de Edipo, señala certeramente sobre lo engañoso
de lo aparente respecto de lo verdadero:
La
apariencia será lo que oculta y olvida, es la que se revelará falaz al final
de la obra, cuando llegue el reconocimiento final de la verdadera identidad
de Edipo: “el mito trágico en cuanto parte integrante del arte,
se utiliza también para suscitar esta transfiguración, que es el fin
metafísico del arte en general. ¿Pero qué es lo que transfigura al exponer
ante nuestros ojos el mundo de la apariencia bajo la forma de un héroe
desgraciado? Nada menos que la realidad de ese mundo de la apariencia”,
puesto que justamente nos dice: ¡Ved! ¡Fijaos bien! ¡Esta es vuestra vida!
¡Esa es la aguja que señala la hora en el reloj de vuestra existencia!
(Nietzsche, 174).
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PATHEI
MATHOS (CONCLUSIÓN)
Hay
un asesinato no castigado, una sangre derramada que está sacudiendo a Tebas. La
justicia que no es otra que la venganza, con similar o mayor violencia, entra a
escena. Layo rey de Tebas ha sido muerto hace años volviendo del oráculo de
Delfos en la encrucijada de tres caminos y su asesino aún no ha sido
encontrado. Edipo rey se ordena en torno a la aleturgia que
se dispone, esencialmente en torno a la agnitio o agnición, al reconocimiento de lo dictaminado desde el oráculo de
Delfos. Este reconocimiento no es otra cosa que la verdad como aletheia,que
se dispone sobre el pasado (Lethe-Mnemosyne) por mandato divino. Es allí
donde los hombres olvidan u ocultan, la oscuridad que Apolo iluminará para
precaver lo indebido. La adecuación de la realidad a una nueva verdad será
violenta y dolorosa. Sobre todo para Yocasta, Edipo y los hijos de estos.
El precio que pagará Edipo en su camino
hacia el saber y la verdad será horroroso: pathei mathos. Criminal,
viudo, ciego, viejo y mísero, Edipo es desterrado a un paisaje espiritual
desolado. Un no lugar –un espacio ciego–, que está simbolizado por el errar
lejos del mundo de los dioses y de los hombres. Desde un punto de vista
dramático, Edipo rey afirma indefectiblemente que el pathei
mathos, el aprender por medio del dolor, es un contribuyente básico de
la naturaleza humana, en donde el hombre encuentra toda su verdad y se libera
de las culpas que lo atormentan.
La
verdad emergerá implacablemente violenta desde el oráculo de Delfos. La palabra
oracular será la que determinará el primer estamento de la verdad mediante la
maldición de la peste para la ciudad de Tebas. El segundo estamento será el
simbólico, el de la palabra testimonial que procurará esclarecer la verdad de
lo acontecido. El tercer y último estamento será el del “hecho de sangre”, el
castigo, la venganza del Olimpo sobre los que procuraron ignorar, o leyeron
incorrectamente, los designios oraculares.
Mientras
la sangre deviene evidencia sobre el cuerpo de los culpables, la palabra
emergerá desgarradora como grito, alarido, clamor, lamento o blasfemia, ante la
fatalidad de lo ocurrido. Si bien la palabra es entendimiento y socialización,
no es menos cierto que conlleva la maledicencia. La aletheia como
verdad en su doble acepción, esto es, como rememoración y
desocultamiento, se ha consumado en su paradójica patentización. La
verdad como asunto trágico ha descendido desde el Olimpo violentamente,
imponiendo su orden y mandato en el decir y hacer de los hombres. El
oráculo ha inscrito su letra con sangre sobre la carne de los protagonistas.
Para Edipo y los Labdácidas se han cumplido las palabras
del gran Apolo. Salpicando y chorreando sangre desde los ojos de Edipo y con
cadáveres en su camino, la verdad como destino divino no hizo concesiones de
ninguna especie; no hubo compasión alguna por y para sus protagonistas.
El drama ha concluido y la historia del rey Edipo ha llegado dolorosamente a su
fin. La verdad como aletheia no es solo justicia, poder y
dominio por medio del logos –y aquí lo relevante–, también es grito, sangre y
muerte, es tragedia.
La hybrises
un concepto griego que puede traducirse como “desmesura” o “arrogancia”. En
laGreciaaludía a un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno, unido
a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo un sentimiento
violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por
su carácter irracional y desequilibrado, y más concretamente porla furia o el
orgullo. En la tradición griega la persona que comete hybris es
culpable de querer más que la parte que le fue asignada en la división del
destino. La concepción de la hybris como falta, determina
lamesura como modelo social a seguir, esto es una ética de la moderación y la
sobriedad, obedeciendo al proverbiopan metron, que significa
literalmente “la medida en todas las cosas”, o mejor aún “nunca demasiado” o
“siempre bastante”. El hombre debe seguir siendo consciente de su lugar en el
universo, es decir, a la vez, de su posición social en una sociedad
jerarquizada y de su condición ante los inmortales dioses.
No hay que olvidar la dramática historia de
Layo, padre de Edipo. Layo es el heredero legítimo del trono de Tebas, pero es
desterrado. No tiene más remedio que huir. Así es como llega al reino de
Pélope, que le acoge gustoso. Pélope tiene un hijo, Crisipo, del que Layo se
enamora perdidamente. Layo intenta conquistarle por todos los medios, pero
Crisipo no cede a sus demandas. Entonces Layo, digno descendiente de los
violentos Espartoi, lo viola. Crisipo, lleno de desesperación, se quita la
vida. Layo escapa pero antes recibe la maldición de Pélope: su estirpe se
exterminará a sí misma.
El mito remitido a su origen arcaico aparece
por primera vez en la Ilíada, al señalar Homero respecto de Ulises,
que forma parte de aquellos que “tejían palabras (mythos)”. Claude
Levi-Strauss, a propósito de la estructura de los mitos, señala que los mitos
adquieren su significado por el modo en que estos aparecen combinados entre sí,
y no por su valor intrínseco; los mitos, entonces, representan a la mente que
los crea, y no necesariamente a una realidad externa (Lévi-Strauss, Estructura
mitos,). El connotado filólogo español Carlos García Gual, a su vez,
remontándose al origen griego del término, define el mythos como
relato, narración, cuento y palabra, primeramente, para otorgarle
posteriormente ciertos atributos generales, tales como lo extraordinario, lo
fabuloso, lo ejemplar y memorable. Al mismo tiempo, señala que el mito puede
ser también poco objetivo, exagerado, fastuoso y falso. Reconociendo la
multivocidad del término, García Gual reconoce en el mito un valor
simbólico, por lo que nunca tendrá un sentido unívoco, sino más bien aguardará
encapsulado a estallar de diversas formas cuando la situación así lo amerite
(García Gual, ).
Según
el catedrático español, los mitos son tributarios de la memoria, ubicándose más
allá de lo real, explicando a su modo y manera la realidad. Ernst Cassirer
precisa, sin embargo, que el mito no está desprovisto de sentido o razón, pero
ciertamente su coherencia depende en mucho mayor grado de la unidad de
sentimiento que de reglas lógicas (Cassirer,).
La
“peripecia” en la tragedia como aquella acción que se desarrolla en un sentido,
hasta que un acontecimiento desafortunado lleva al o los protagonistas a pasar
de la dicha al infortunio, lo que se creía que era ya no es más. La
peripecia es un dato que colapsará el statu quo, una información
extra que entrará en escena, develando nuevos ámbitos de la trama y los
protagonistas, otorgando nuevos grados de verdad sobre lo que ocurre.
Ciertamente que la magnitud de la recompensa
impulsó a Edipo a aceptar el reto de la Esfinge. Hombre lúcido, aunque cojo,
debido a las graves heridas sufridas en sus pies, Edipo se presentó ante la
bestia lleno de aplomo y presencia de ánimo. Al preguntarle esta qué animal
nacía con cuatro patas, pasaba luego a tener dos y más tarde tres, para, por
fin terminar de nuevo con cuatro, respondió sin dilación que se trataba del
hombre. Al descifrar el enigma, Edipo pudo dar muerte a la Esfinge, cuyo cuerpo
cargado sobre el lomo de un asno, recorrió las calles de Tebas entre los
vítores y la alegría del pueblo que aclamaba al héroe como su nuevo rey.
El
lance patético refiere al nudo y al desenlace de la tragedia y va de la
mano con la catarsis. El griego katharsissignifica “purificación” o
“purga”, o sea, alivio, descarga. La aletheia es katharsis.
Da a conocer la verdad del o de los protagonistas identificando al espectador
con el dolor del o de los personajes trágicos ante una nueva realidad.
“El
hombre es víctima de la violencia porque es cuerpo. Y puede hacer al otro
víctima de sus actos de violencia porque tiene cuerpo. Este doble aspecto de su
existencia física determina su relación con la violencia. Teniendo cuerpo puede
actuar con él, y siendo un cuerpo, está condenado a sufrir. Es capaz de ejercer
la violencia y susceptible de padecerla” (Sofsky,).
Para
apaciguar el temor de Edipo ante la profecía de incesto, Yocasta le señalará:
“Tú no sientas temor ante el matrimonio con tu madre, pues muchos son los
mortales que antes se unieron también a su madre en sueños”. El mito de Edipo
es uno de los más ricos en cuanto a su multivocidad polisémica. Freud lo
referencia mediante el psicoanálisis como el Complejo de Edipo y que
refiere a la atracción presexual que, inconscientemente, siente un niño por su
madre. Simultáneamente, en el inconsciente del niño se da también un sentimiento
de odio por el padre. Para Levi-Strauss la prohibición del incesto opera como
ordenador del mundo, es lo que le permite a la condición humana el pasaje de la
naturaleza a la cultura y su inserción dentro del entramado simbólico.
Señala
Slavoj Zizek respecto de la violencia, que esta se diferencia en tres tipos:
subjetiva, simbólica y sistémica. La “violencia subjetiva” o evidente, es
aquella más destacada socialmente, que tiende a monopolizar el término, y
que refiere al maltrato físico. Por lo general es la que opera en los bordes de
la legalidad y amenaza el orden público. Ascendiendo hacia su origen y en un
segundo nivel se encuentra la “violencia simbólica”, no menos virulenta y
lesiva que la anterior, y que se despliega en el lenguaje, por lo tanto
haciéndose más difícil de pesquisar. Por último y en el origen, se
encuentra la “violencia sistémica”, aquella que es inherente al modelo económico,
político o religioso. De las tres es la menos perceptible y opera transparente
entre los intersticios de las sociedades constituyendo aquel “estado de cosas
-que se considera-, normal” (Zizek,).
A su vez, precisa Zizek, el lenguaje está
infectado por la violencia a causa de circunstancias contingentes patológicas
que distorsionan la comunicación simbólica. El lenguaje en sí mismo empujaría
nuestro deseo más allá de los límites adecuados, lo que significaría que la
violencia verbal no es una distorsión secundaria, sino el recurso final de toda
violencia humana específica. Para Martín Heidegger la violencia estará en la
instauración de un poder sometedor que funda la regla de la ley misma (Zizek,).
La violencia conlleva una ambición de dominio y poder sobre una realidad
interpretada, de ahí su materialización primero en el logos y después en los
cuerpos. La palabra es poesía, socialización, ley, pero también constricción,
agresión, maldición, ofensa, insolencia, insulto, agravio, injuria,
imprecación.
La
“agnición” (agnitio, anagnórisis), el paso de la ignorancia al
conocimiento, que un personaje experimenta acerca de la identidad de alguno o
varios personajes, en relación con algún acontecimiento relevante. La agnitio es
la verificación del recuerdo ante el olvido (lethe).
OBRAS
CITADAS
Aguilar Sahagún Luis. “Por
qué la violencia. Reflexiones sobre su origen y sobre la respuesta
humana”, IAPE Ciencias Humanistas 2012. Disponible en:http://www.iape.edu.mx/filosofia-articulos/87-por-que-la-violencia.
Acceso el 6 mayo 2014. [ Links ]
Acceso el 6 mayo 2014. [ Links ]
Aristóteles. Poética, Madrid:
Alianza editorial, 2009.
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Bettini, Maurizio y
Guidorizzi, Guido. El mito de Edipo. Imágenes y relatos de Grecia hasta
nuestros días. Madrid: Akal, 2008.
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Cassirer, Ernst. Antropología filosófica. Buenos
Aires: Fondo de cultura económica, 1992.
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Foucault, Michel, M. El
coraje de la verdad. Buenos Aires: FCE, 2010.
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-------- El gobierno
de sí y de los otros. Buenos Aires: FCE, 2009.
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-------- Tecnologías
del yo. Barcelona: Editorial Paidós, 1991.
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-------- La verdad y
las formas jurídicas. México: Gedisa, 1984.
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Garcia Gual, Carlos. Diccionario
de mitos. Madrid: Siglo XXI, 2003.
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Hesiodo. Teogonía, Madrid:
Gredos, 2000. [ Links ]
Levi-Strauss, Claude. La
estructura de los mitos, En Antropología Estructural, Barcelona:
Paidós, 1995. [ Links ]
-------- Las
estructuras elementales del parentesco. Buenos Aires: Paidós, 1981.
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López Schavelzon Lidia. “Los
nombres del padre. Una puntuación en la perspectiva de real, simbólico e
imaginario”. Revista Virtualia Nº15, julio-agosto 2006. Disponible
en:
http://virtualia.eol.org.ar/015/default.asp?miscelanea/ schavelzon.html
Acceso: 6 mayo 2014. [ Links ]
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Nietzsche, Friedrich. El
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Schajowicz, Ludwig. Los
nuevos sofistas. Puerto Rico: Upred editorial universitaria, 1979.
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Sófocles. Edipo rey.
Barcelona: Gredos, 2006.
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Sofsky, Wolfgang. Tratado
sobre la violencia. Madrid: Abada, 2006.
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Zizek, Slavoj. Sobre
la violencia. Seis reflexiones marginales. Buenos Aires: Paidós, 2009.
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Saludos estimado colega, interesante su escrito sobre Sófocles, distinguido trágico Griego perteneciente a la época presocrática en la que se estudiaba la justicia desde dos puntos de vista como los son la divina y la humana siendo siempre la segunda complementada por esa justicia divina en razón de la cual se podía castigar de forma física, con torturas entre otras, esto nos demuestra la importancia de la evolución del derecho penal a lo largo de la historia.
ResponderEliminarSaludos, Pedro Narváez CIV:13755430
Buenas Tardes, el tratadista destaca como lo cosmogonico y mitologico fortalece los dogmas evolutivos del derecho penal.
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